Dos eventos muy diferentes

Con la sensación de haberme perdido algo, por aquello de que el 21 de Diciembre fue un día más bien tranquilo en el que el planeta se empeñó en seguir adelante, llego al último acontecimiento de 2012, que se celebra tan tarde que podría confundirse con el primero de 2013: la Nochevieja.

Y como hay que celebrar que, aunque renqueante, el planeta sigue funcionando, vamos a hacerlo a lo grande. Nos vamos a uno de los hoteles de mayor renombre de la capital de España. Nos vamos al Ritz. Vamos a despedirnos de 2012 por todo lo alto, a ver si 2013 se anima y viene un poco más favorable.

Ante todo, elegancia

Tras las correspondientes atenciones de bienvenida, asistiremos a la cena de gala de Nochevieja, así como al posterior cotillón y baile. Cuando nos sintamos rendidos o la noche se nos empiece a hacer larga, podemos retirarnos a la habitación –siempre de verdadero lujo, como corresponde- a descansar, para, al día siguiente, disfrutar del desayuno buffet en el restaurante Goya.

Dos eventos muy diferentes

Aunque resulte poco elegante hablar del precio de según qué lujos, en este caso vamos a hacerlo. Tal vez porque mi realidad, que disfruto infinitamente se parece más a la de los siguientes párrafos. El precio esta noche oscila desde los 347,22 euros hasta los 1.468,18. Más IVA, claro. Hasta aquí, la Nochevieja con la que muchos sueñan –tal vez yo también, no lo sé-.

Ante todo, diversión

A partir de aquí, la que yo voy a disfrutar (y, tal vez porque no conozco otra, la que de verdad me apetece). Tras pasarte buena parte del día dándole a la tecla –trabajo y pasión a partes iguales-, me cambiaré de ropa. Pero nada de chaqueta y corbata: ropa que no me importe que al día siguiente huela a humo y sudor.

Según se vaya acercando la hora de cenar, recibiré a los invitados y estaré con ellos en la “cocinilla”, un lugar aparte de la casa donde arde una chimenea de ladrillo que es la envidia de cualquier fundición. Cenaremos jamón de jabalí en caldereta, chillando acalorados por las discusiones y el vino casero –y porque, si no chillamos, no nos oímos por encima de la música-.

Postre, champán, campanadas, atragantamientos y risas. La tertulia, el baile y el calor que se prolongan hasta horas en las que algunos están pesando ya en despertarse. Luego, tal vez, y sólo tal vez, nos acerquemos a un cotillón, sudorosos y apestando a humo. Pero el grueso de la celebración ya está cumplido. El precio del evento no se paga con dinero.

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